¿Dónde están? ¿Por qué los líderes del mundo callan?
En los rincones de Palestina, donde los niños sueñan con un futuro que les es arrebatado antes de nacer, el silencio de los líderes del mundo resuena más fuerte que cualquier grito de injusticia. Ese silencio cómplice, esa indiferencia disfrazada de diplomacia, hiere tanto como las balas que atraviesan los cuerpos inocentes.
Nos preguntamos: ¿Cómo pueden callar quienes se autoproclaman defensores de los derechos humanos? ¿Cómo pueden cerrar los ojos frente a tanta barbarie?
Los organismos internacionales, creados para salvaguardar la paz y la dignidad humana, han apagado sus voces en el momento en que más se necesitan. Sus sillas vacías en los foros, sus discursos vacíos de acción, reflejan una hipocresía que traiciona los principios que dicen defender. ¿De qué sirven los millones de palabras escritas en resoluciones si no se transforman en acciones concretas?

Los medios de comunicación, especialmente en los países más industrializados, también tienen una gran responsabilidad. Sus portadas reflejan una doble moral que duele y enciende la indignación. Ignoran las atrocidades o las trivializan, mientras dan prioridad a temas superficiales que alimentan el consumo y la distracción. En los países en desarrollo, la narrativa no es diferente; el miedo y la conveniencia los mantienen mudos frente a un dolor que clama por justicia.
¿Podrán vivir estos actores con su doble moral y doble discurso? La pregunta no es retórica. Nos confronta a todos como humanidad. Hemos normalizado los genocidios, hemos permitido que las masacres se conviertan en paisajes habituales de las noticias. Cada vez que callamos, cada vez que desviamos la mirada, nos volvemos cómplices de una cruel maquinaria de muerte.
Entonces, ¿quiénes somos realmente? ¿Somos humanidad o simples animales sedientos de sangre, incapaces de trascender nuestras más bajas pasiones? La respuesta a estas preguntas define nuestro presente y nuestro futuro.
Pero también hay esperanza. Existe una masa inmensa de personas que puede despertar, una humanidad que puede alzar su voz. No estamos condenados a ser cómplices pasivos. Podemos elegir ser actores de cambio, revolucionarios de la paz y la justicia.
Soy un ser humano que no puede permanecer indiferente. Con humildad y determinación, levanto mi voz. Que quede registrado en el eco de la historia que condeno todo crimen, toda atrocidad. Imploro a quienes tienen el poder de cambiar el curso de los acontecimientos que escuchen el clamor de los inocentes, que actúen con valentía y justicia.
Si estás ahí, Dios de mi corazón, calma a esas hienas de la guerra. No quiero ser parte de una humanidad cruel y asesina. Quiero ser parte de una revolución de libertad y paz, donde cada niño pueda vivir sin miedo, donde cada vida sea sagrada.
Que mi voz sea solo una chispa que encienda la llama de un mundo mejor. No es tarde para cambiar. La humanidad puede despertar. Que este mensaje sea un testimonio de nuestra capacidad de amar, de luchar por la justicia y de construir un futuro digno para todos.
Dimas Soria Monsin
Embajador de la Paz Mundial
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