Esos actos egoístas y sangrientos han convertido a la paz en un sueño distante, casi inalcanzable, para muchas partes del mundo. Sin embargo, esta reflexión invita a no perder la esperanza y a rescatar la esencia de la paz para una humanidad libre de codicia.

Si las grandes potencias del mundo no hubieran intervenido para crear un estado dentro de otro en el corazón de Oriente Medio, probablemente la paz sería el modelo a seguir en esa región. 

Existía una época en la que palestinos convivían con judíos, y católicos y protestantes compartían un espacio común. Esta convivencia pacífica demostraba que, más allá de las diferencias religiosas, lo que unía a esas comunidades era el amor a Dios y el respeto mutuo.

La imposición de un estado dentro de otro fue el punto de quiebre. Desde entonces, se instauró una fábrica de sangre que tiñe las manos del mundo. Cada vida perdida, cada sueño roto y cada familia destruida son heridas abiertas que ofenden a Dios en todas sus manifestaciones. La paz no es solo un derecho fundamental, es un mandato divino.

¿Hay derecho a vivir en paz? Claro que sí. ¿Hay derecho a la vida? Por supuesto. ¿Hay derecho a los alimentos? Sin lugar a dudas. Estas son verdades universales que el mundo y sus líderes conocen perfectamente. Sin embargo, muchos de ellos, cual vampiros insaciables, parecen no encontrar felicidad sin guerras y conflictos. Su adicción a la sangre y al poder arrastra a pueblos enteros hacia el odio y la destrucción.

La humanidad tiene una elección: continuar en el camino de la codicia que lleva al caos, o abrazar la esencia de la paz y construir un futuro basado en la justicia, la solidaridad y el amor. La paz no es una utopía, es una responsabilidad compartida. Depende de cada uno de nosotros convertirla en realidad.

Dimas Perú

Embajador de la Paz Mundial